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jueves, 21 de enero de 2016

Mi "Tour de France". Parte 1

Voy a dedicarle una entrada a una viaje que hice con mis padres en 2009 en coche por diferentes partes de Francia. En total, estuvimos tres semanas visitando diferenctes localidades francesas, comiendo fromage y viendo algunos de los monumentos galos más emblemáticos. En esta entrada hablaré de la mitad del viaje, hacia el norte, y, posteriormente, haré otra de la vuelta a casa.

Aprovechamos que íbamos desde Ourense hacia Francia para visitar a mis abuelos en Gijón (si seguís mi blog sabréis ya que tengo familia asturiana). Después de nuestra breve parada en el norte peninsular, seguimos la costa cantábrica hasta llegar a la frontera francesa. 
Raclette

Nuestra primera localidad a visitar fue Biarritz. Ese día inicial no dio para mucho, ya que habíamos estado conduciendo desde Gijón y paramos en Bilbao para comer. Biarritz es una pequeña localidad costera, en la que dimos un paseo por la playa y nos empezamos a acostumbrar a oír el nuevo idioma.

De Biarritz, fuimos a Burdeos (Bordeaux), una ciudad de un tamaño más considerable. El principal recuerdo que tengo de este sitio es la cena. Mi padre y yo compartimos una raclette que, como buen amante del queso que soy, disfruté hasta el último segundo. La raclette es un queso que se sirve sobre un soporte y se funde, debajo del cual colocas comida (patatas, embutidos, panes...) para embadurnarla del delicioso fromage.

Siguiendo la costa oeste francesa hacia el norte, llegamos a la localidad portuaria de La Rochelle. Como en muchas otras ciudades francesas que visitamos, lo más impotante que vimos fue el ayuntamiento. La arquitectura de algunos de estos edificios semeja la de los famosos palacios franceses (château), con sus típicas fachadas blancas y tejados de pizarra azules. Otro monumento conocido es el Fuerte Boyard, una cárcel construida en medio del mar, a unos 16 kilómetros de la costa.

Cambiando de paisaje, fuimos a una casa rural, en medio de campos y campos de viñedos cerca de Chinon. La casa se llamaba Domaine de Beauséjour y, a parte de ser la bodega de la zona, ofrece camas para turistas. Desde ahí, nos desplazamos por toda la zona del valle del Loira, visitando algunos de sus palacios más espactaculares. Un día, decidimos visitar Montsoreau, unas minas abandonadas que dejaron cuevas en la ladera de un monte. Ahora se usan como criaderos de todo tipo de setas comestibles, que crecen en pequeños bloques de tierra compacta gracias a la humedad de las cuevas. También visitamos la preciosa población de Saumur, conocida por su palacio y nos dimos un paseo por el Château de Chenonceau, uno de los más conocidos de Francia.

Château de Chenonceau
Mont Saint Michel


De ahí, conducimos hasta uno de mis lugares preferidos de la visita, el Mont Saint Michel. Se trata de un monasterio completamente rodeada de mar salvo por una pequeña carretera que lo une con el resto del continente. Por dentro de sus enormes paredes, podemos encontrar un pueblo medieval y, en su centro, la magnífica abadía dedicada al arcángel que da nombre al lugar, San Miguel.



Siguiendo nuestro camino hacia el norte, visitamos Caen y Bayeux, dos ciudades preciosas, de camino al cementerio norteamericano de Omaha Beach. Este último fue sin duda de los más duros momentos de mi vida, viendo hileras e hileras sin fin de tumbas. Después de mojar los pies en el mar y despejar las ideas, continuamos hacia el este, llegando al pequeño pueblo de Honfleur. Lo recuerdo muy bien, no solo porque fuera el único lugar donde nos llovió, sino porque la iglesia era completamente diferente a todas las otras que habíamos visto hasta entonces. Estaba hecha íntegramente de madera en el interior y me recordaba a construcciones vikingas, nada que ver con los enormes palacios franceses. Ya finalizando el camino hacia el norte, pasamos por Rouen y Amiens, ambas con catedrales de gótico flamígero, llenas de formas y figuras.

Cementerio de la playa Omaha
Os contaré como fue el viaje de vuelta y la visita a sitios como París, Orleans o Tours, en otra entrada futura. ¡Aún queda mucho que decir sobre este viaje!


jueves, 17 de diciembre de 2015

Camino francés. Parte 1: de St-Jean-Pied-de-Port a Nájera


Esta entrada es un poco especial, ya que es un fragmento de cuatro que voy a escribir sobre el Camino de Santiago, que hice con mi padre. Como hacerlo entero lleva aproximadamente un mes (y no disponemos de tanto tiempo seguido), dividimos la ruta en cuatro semanas. La idea es hacer una entrada por cada una de esas semanas.


Después de esta pequeña introducción general, centrémonos en la primera semana de esta inolvidable experiencia. Fue en junio de 2013. Empezamos en la localidad francesa fronteriza de Saint-Jean-Pied-du-Port, lugar más habitual para empezar el camino francés (aunque Roncesvalles se lleva toda la fama). Fue un día de vistas preciosas pero muy agotador, ya que tuvimos que cruzar los Pirineos a pie... pero me encantó cruzar una frontera nacional caminando, mereció la pena. Era nuestro primer día y no sabíamos muy bien cómo funcionaba todo. Veíamos muchísima gente y estábamos preocupados por si tendríamos o no camas en Roncesvalles, así que tomamos un paso bastante acelerado. Aunque al final resultó que no hizo falta ir tan rápido: el albergue era ENORME y estaba preparado para acoger a muchos peregrinos (para la siguiente ya lo sabemos).

Ayuntamiento de Pamplona
La primera ciudad de tamaño importante que cruzamos fue Pamplona, pero no dormimos ahí. La atravesamos nuestro tercer día, en el que fuimos desde Larrasoaña hasta Zariquiegui (muy vasco todo). Recuerdo Pamplona muy bien, pero no por los monumentos ni los lugares de interés, sino porque llevábamos caminando 4 horas o más y no encontrábamos ningún sitio para desayunar. Pero la espera mereció la pena, porque a la entrada de Pamplona nos topamos con una de las mejores confiterías en las que he estado jamás (seguramente no era tan buena, pero el hambre que tenía...) en la que tenían cruasanes recién hechos.

En nuestros cuarto y quinto días las localidades más grandes en las que estuvimos fueron Estella (15 mil habitantes), Puente la Reina (2700) y Los Arcos (1400); lo demás, todo pueblos de tres o cuatro casas. Pero llegar hasta Los Arcos con vida desde Lorca fue un reto. Y dramatizo tanto esta etapa porque fue una de las más duras para mí. De los 30km que hicimos, los últimos 11 parecían sacados de una película del Wild West. Todo seco, marrón, sin sombra, caudales de ríos vacíos... y bajo un sol abrasador. Pero creedme cuando digo que cuanto más duro el día, más aprecias llegar al albergue.

Desde Los Arcos fuimos a Logroño, bastante más grande y dónde mejor me lo pasé. Decidimos, después de 6 días caminando, darnos el lujo de ir a una pensión en vez de a un albergue. Esto suponía tener nuesta habitación y baño propios (si hacéis el camino, veréis que se agradece). Además del claro lujo de la habitación privada, ¡estábamos en Logroño! Pudimos cenar con gente normal, en bares normales, tomando pinchos normales (buen cambio con respecto al menú del peregrino).

Vista de Logroño entrando en la ciudad a pie
Y acabo ya (esta entrada es algo más larga porque durante las Navidades pienso tomarme un buen y merecido descanso) con nuestro séptimo día: de Logroño hasta Nájera. No mucho que comentar sobre la última etapa, salvo que fue la más larga y la que hicimos en menos tiempo (ya le habíamos cogido el ritmo a caminar). Una vez en Nájera nos reunimos con mi madre y volvimos a casa (parando a comer el obligatorio cordero lechal en Burgos). Y ya que hablo de mi madre, aprovecho para darle las gracias una vez más: ella se ofreció a llevarnos a mi padre y a mí a Francia y a recogernos en Nájera en coche y así en todas las etapas que hicimos, llevándonos a la salida y recogiéndonos en la meta. Sin ella, se hubiera complicado bastante más toda nuestra aventura. ¡GRACIAS!

Aquí os dejo un mapa interactivo hecho por mí con nuestro recorrido de la primera semana:


Echadle una ojeada por favor, que me llevó bastante...